“Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.”
Lucas 18:11 y 12

Este es el principal problema de todos los religiosos: el Orgullo Espiritual. Cuando crees que estás guardando la Ley, cuando crees que haces más que otros, el orgullo comienza a obrar en el corazón y comienzas a creer que eres mejor que los demás. Esto es precisamente lo que le pasó a este fariseo, creía que se merecía la atención y la bendición de Dios por todo lo que hacía, por su esfuerzo, disciplina y obediencia: no robaba, no adulteraba, ayunaba, daba el diezmo . . . la vida de este fariseo giraba en torno a la Ley y posiblemente otros le admiraban porque “no era como los otros hombres”, pero este religioso NO entendió lo que Dios mira (el corazón) y lo que Él busca y anhela: una Relación basada en el amor.

Nuestra vida con Dios NO trata de obedecer una serie de leyes y mandamientos, nuestra vida con Dios trata de caminar con Él y conocerle, permitir que Él siga obrando en nuestros corazones y transformando nuestras vidas. El hijo mayor en la Parábola del Hijo Pródigo le dijo al Padre: “He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás” (Lc. 15:29), si este hijo hubiese sabido lo que anhelaba su Padre, no habría dicho eso; si este hijo hubiese conocido el corazón del Padre y lo que el Padre anhelaba . . . pero su relación con el Padre estaba basada en su obediencia y servicio, tristemente fue un siervo inútil en su propia Casa.

Jesús también nos habla de un publicano que subió al Templo a orar, pero en este caso, tenemos a un hombre con un corazón contrito y humillado, un hombre que entiende su necesidad de perdón y de gracia, un hombre que entiende que no guarda la Ley y golpeándose el pecho decía: “Sé propicio a mí, pecador”. La Ley había obrado en la vida del publicano mostrándole su situación, por eso, no hay jactancia, no hay orgullo, no hay méritos, este hombre entendió que sin la gracia de Dios, estaba perdido.

Jesús nos dice que el publicano se fue a casa justificado y enaltecido por su Dios.

Lo que vemos en esta parábola es lo que Dios ha estado esperando de Su Pueblo siempre, corazones humildes que reconocen su necesidad de perdón, de misericordia y de gracia, pero, en vez de humildad, Dios se ha encontrado con personas orgullosas que han creído que pueden guardar la Ley y no necesitan el perdón, ni la gracia de Dios.

“. . . al que NO obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.”
Romanos 4:5

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